viernes, 13 de enero de 2017

13 DE ENERO DE 2017: LA INVASIÓN DE ATILA Y LO QUE LOS ADULTOS DESCONOCEMOS ACERCA DE POR QUÉ SE ROMPE EL AMOR


Hace ya una semana que nos hemos reincorporado a nuestra rutina tras las vacaciones de Navidad y lo cierto es que nos está costando porque el día de Reyes, en casa, es lo más parecido a la invasión de Atila: mis pequeñas guerreras, arrolladas por su propia impaciencia, invaden el salón con un entusiasmo desaforado por abrir paquetes, aunque para ello tengan que rasgar el papel con uñas y dientes. 
Minuto a minuto, la apacible estancia va transformándose en un antro lleno de envoltorios rotos, plásticos, lazos de regalo e instrucciones sobre los juguetes que invariablemente y año tras año, acaban por desaparecer bajo un misterioso halo de "puro desconocimiento", por parte de las niñas, acerca de su paradero.
Después, todo aquello que sus Majestades colocaron con tanto primor va distribuyéndose, como quien no quiere la cosa, por los distintos rincones de las habitaciones sin orden ni concierto. 
Las consecuencias de todo este caos son nefastas, sobre todo porque con carácter previo al regreso al cole, exijo algo tan simple como ordenar y limpiar, tareas que pese a ser fundamentales para restablecer la armonía de la familia, suelen considerarse como caprichosas e innecesarias por cualquier niño que se precie de ello.
Y como me dijo mi hija Laura: ¡Mamá, si ya sé que tengo que recoger, no me des un "chillón"!
-¿Un chillón?- me pregunté yo, obnubilada ante el nuevo e inesperado vocablo de significado desconocido.
Apenas tuve tiempo para asimilarlo, porque fui bombardeada con otra enigmática frase de mi hija Carla: ¡Sí, Laura, mamá tiene razón, porque con todos tus trastos estás destruyendo "el mal ambiente"
-Pero, ¿cómo?- me volví a preguntar sin que mi cabeza diera más de sí.
Menos mal que casi al instante, como si una varita mágica hubiese oscilado sobre mi cabeza arrojándome iracunda su magia, descifré la totalidad del mensaje.
Soy lo más parecido a una madre rechoncha de aspecto brujoide e intenciones malignas, que pego chillidos cuando veo suciedad y desorden. Pero no se queda ahí la cosa sino que, además, el medio ambiente se deteriora.
Mas o menos, viene a ser la traducción aunque "libre", eso sí, de aquella entrañable conversación.
Pero no os vayáis a creer que cada vez que hablamos, se producen este tipo de "interferencias". No, porque mis niñas también tienen su puntillo de madurez, una madurez en ocasiones extrema. Y es así como esta misma tarde me he enterado, por la mismísima Carla, de por qué hombres y mujeres acaban por darse los buenos días (que no las buenas noches) y si te he visto, no me acuerdo. Es decir: ¡Ahí te quedas!
 La razón es sencilla: ¡no hay conexión!
Si acudimos a un diccionario, veremos que la conexión se define como :"unión que se establece entre dos o más cosas o personas para que entre ellas haya una relación o comunicación"
La verdad es que la aplicación de la palabreja no podría ser más exacta. Su significado es claro y conciso y pese a ello, jamás habría atribuído la ruptura sentimental a la falta, ni más ni menos, que de CONEXIÓN.
¡Bendita sabiduría infantil! Lo que viene a probar lo que el refranero nos enseña: " nunca te acostarás sin saber algo más"








viernes, 4 de noviembre de 2016

4 DE NOVIEMBRE DE 2016: SIGNIFICADO DE "LUEGO" Y LOS TRES MOSQUETEROS EN LA VENTANA

Ayer al mediodía, cuando volvía del  colegio con mis niñas para comer en casa, me venía diciendo Carla que se le había ocurrido una idea estupenda para un trabajo.
-¡A mí me la puedes contar que no te copio, luego nunca me acuerdo de nada!- le sugirió Laura muerta de risa.
Pues llevo todo el día con esa frase en la cabeza, dándole vueltas a su grandeza, porque en realidad, la mayor parte de las veces, los adultos nos resistimos a olvidar cada agravio, cada ofensa, cada malentendido o cada derrota, ya sea injusta o no.
Gracias a las niñas, me doy cuenta de que su mundo es mucho más fácil que el mío, más acogedor, más encomiable y la razón estriba en ese puro y rápido olvido y en su inocente despreocupación.
Aunque a veces, me gustaría que este mismo olvido no fuese el punto final a la palabreja más utilizada  por ellas mismas, sobre todo en el momento de mayor apogeo de su pre-adolescencia: “LUEGO”
Vamos a ver, aunque el diccionario define este vocablo como “más tarde en el tiempo, inmediatamente después o en un momento no muy lejano”, está claro que nuestros hijos lo desconocen por completo o mas bien, le atribuyen otro significado bien distinto.
Porque para ellos, un “luego” es equivalente a “cuando yo quiera”.
Sí, es lamentable, pero es así.  
Y cada vez que se les apremia, la contestación con esa vocecilla condescendiente que ya todos conocemos, rebosante de fingida paciencia por lo que consideran un recordatorio innecesario y a todas luces excesivo, es siempre la misma: “que sí, que te prometo que lo voy a hacer, pero LUEGO”.
La traducción de esta respuesta tan contundente  como prometedora viene a ser un  “no seas tan pesado porque hacer, lo que se dice hacer, lo voy a hacer, aunque eso sí, cuando me apetezca”.
La vida es así, hay cosillas que vale la pena olvidar y otras, que no deben dejarse para LUEGO.
En cualquier caso, lo que yo no pienso dejar que se me olviden son anécdotas tan graciosas como la de ayer por la tarde. Estaban  Nuri y Carlita sacando unas macetas colocadas por fuera de la ventana del comedor y de repente, se escuchó un ruido. Por supuesto, Laura se asomó para comprobar qué pasaba y con cara de espanto, corrió a la cocina para decirle a mi marido:
-¡Papá, mis hermanas se han cargado la “MOSQUETERA”!
-¿Cómo?- pregunté yo sin venirme a la  mente otra imagen que la de D'Artagnan,Athos, Porthos y Aramis batiéndose a duelo con Rochefort.
Sin embargo, no se trataba de eso, ni mucho menos, sino que se había descolgado la MOSQUITERA, del marco de la ventana.
Pocos segundos más tarde y arrastrando deliberadamente su pie al caminar por los pasillos de casa, me comunicó Laura:
-¡Mamá, no creerás que mañana puedo hacer gimnasia en el cole con el “inflamón” que tengo en este pie”

Ante esta imagen de mi hija, renqueante y ceñuda, no puedo hacer otra cosa que dar gracias por mis niñas, tan llenas de vida y felicidad y cuyas graciosas ocurrencias me obligan, quiera o no, a olvidar, esta vez sí, mis terrenales penas.



miércoles, 2 de noviembre de 2016

2 DE NOVIEMBRE DE 2016: UN EJÉRCITO ASESINO Y YO IMPASIBLE

Dicen que tras la tempestad, viene la calma. No estoy muy segura de que en mi caso hay sido así, porque después de sufrir la acometida de una batalla campal que me dejó exhausta por completo, me sentí tan terriblemente hundida que si la cabeza me hubiese girado como la niña del exorcista al más puro estilo de rotación y, por qué no, también de traslación de la Tierra, seguro que ni siquiera hubiese sido consciente de ello.
Durante los escasos días que duró esta particular guerra, apenas comí y no dormí en absoluto. ¿Cómo hacerlo con los enemigos apuntándome con sus lanzas? Bueno, más que lanzas, trabucos.
Ante esta situación tan delicada y compleja, mi hermano (porque solo tengo uno, el resto son hermanas) me dijo unas palabras que se quedaron clavadas en mi pensamiento: “yo soy como un boxeador en el ring: cuando me tumban, siempre me levanto”.
Pues eso mismo es lo que trato de hacer hoy y para ser sincera, los mensajes que he recibido tanto de apoyo como de ánimo han contribuido a ello.
Cuando me miro al espejo, me pregunto quién es esa mujer de mirada triste y párpados hinchados. Sin duda, es una mujer cansada de llorar y esa, soy yo.
Si fuese un hombre, cantaría yo misma la canción de Raphael que comienza con un “yo soy aquel……”
Sin embargo, mis niñas siempre me arrancan una sonrisa.
Sin ir más lejos, ayer Laurita se compró en un centro comercial un reloj. Llevaba ya un tiempo obsesionada con este pequeño capricho y en cuanto tuvo algo de dinero, lo aprovechó para gastarlo (como hacemos todos los adultos, sobre todo en época de rebajas)
El caso es que eligió un reloj de color rojo y esta tarde se acercó a mí, estiró su brazo con orgullo y me preguntó:
-Mamá, ¿te gusta o no? Es rojo “pasivo”.
-Pues claro que le gusta, “boluda”- ha exclamado Nuri, pero debería ser rojo "pasión".
En ese preciso instante he sentido cómo el sorbo de coca-cola que acababa de tragar amenazaba con tomar una dirección distinta a la deseada para ascender, picarón, hasta mi nariz.
Y me ha faltado muy poquito para escupir, casi la totalidad del líquido, al mismísimo suelo.
De esta forma tan tonta pude comprender esta noche que por mucho que la vida me sorprenda con guerras sin sentido que minan mi autoestima y mis fuerzas, lo más importante, lo que realmente cuenta, lo que más quiero, lo que defiendo con mi propia vida permanece, inamovible, a mi lado.
Ni mil ejércitos de guerreros asesinos, blandiendo sus armas y apuntándome directo al corazón podrían privarme de esa cálida sensación de amor y ternura  que me proporcionan mis niñas, y es que mi alma tiembla cada vez que recibo, embelesada, sus miradas; cada vez que escucho, con deleite, sus risas y cada vez que sus manos acarician, con tan deliberada suavidad, las mías.
Son ellas las que me colocan entre nubes de algodón para que nadie me toque, para que nadie me alcance, para que nadie me dañe y yo pueda volar muy alto para rozar, con la yema de mis dedos, la felicidad.

Cuando tienes a alguien capaz de transformar tus derrotas en gloriosas victorias, los enemigos dejan de importante porque cada vez los ves más menudos, más pequeños, más débiles y mis niñas, en cambio, son como gigantes.





27 DE OCTUBRE DE 2017: UN PROFE DESPISTADO Y ESE VIEJO DRUIDA QUE TODOS LLEVAMOS DENTRO

Esta mañana, cuando me he mirado al espejo,  he emitido unos cuantos resoplidos terroríficos, como si estuviese contemplando al mismísimo Conde Drácula. Al mediodía tengo reunión con la tutora de Carla y, sinceramente, si aparezco con este pelo desgreñado y encima sin pintar  voy a tener un aspecto feroz, como el de una ardilla malhumorada.
Como no podía ser menos para agravar mi apariencia, cada vez que salgo a la calle y hace un poquito de fresco, he de soportar un constante lagrimeo en ambos ojos.
A veces me dan ganas de soltar una mentira piadosilla a aquellos con quienes me cruzo y observan, atónitos, mi constante lagrimeo, algo así como: ¡acabo de salir del dentista!
Por supuesto, no me refiero a cualquier dolorcillo tras la consulta pues gracias a Dios, la medicina ha avanzado lo suficiente como para proporcionar anestésicos capaces de tumbar a un elefante, sino al disgusto que supone acudir al odontólogo pensando que tan solo tienes una muela picada y, en cambio, salir de allí con un presupuesto para cinco o seis piezas defectuosas.
Me atrevo a afirmar que nunca somos conscientes del mal estado de nuestra boca  hasta que, por fin, reunimos el valor suficiente para consultar a este profesional.
-¿Cómo puedo tener ocho muelas para empastar cuando he venido tan solo por una?- me pregunté yo ya hace cinco o seis años. ¡Pues sí, era real!
Así que a partir de aquel momento, cerré la puerta completamente a cualquier maléfico ofrecimiento de chuche por parte de mis generosas hijas.
Retomando el hilo de la conversación, me he apresurado (por supuesto yo, no las niñas) para procurar no llegar tarde al cole. Siempre se repite la misma historia: yo insisto en que, lo primero de todo, deben tomarse el cola-cao y ellas me replican que primero se visten y, después, “si acaso”, desayunan.
Esto es como cuando las dices: ¡hay que recoger la habitación! Y te contestan muy ufanas: ¡mamá, antes tengo que hacer los deberes!
Es entonces cuando los padres hacemos uso de una frase bien socorrida y que podemos adaptar a diferentes situaciones horripilantes de desobediencia a nuestra autoridad:” cuando tú vas, yo ya he vuelto cien veces”
Son momentos en los que un padre se disfraza de sabio, cual viejo druida, para lanzar su sentencia con cierto aire de suficiencia no exenta de orgullo.
Y también es entonces cuando el niño en cuestión te mira, absorto y te pregunta: ¿qué has dicho?
Y yo me pregunto, ¿para qué les suelto mi frasecita mágica si ninguna de ellas me la entiende? Es un poco frustrante pero, en cualquier caso, yo la lanzo y me quedo tan ancha.
Esta vaga incomprensión no solo ocurre entre padres e hijos, sino que mi habitual charla con las vecinas me demuestra que hay algunos, ya más que mayorcitos, que se creen muy listos. Por ejemplo y sin ir más lejos, hoy me contaba una vecina por la que siento un profundo afecto que al llegar a casa, tras comprar en la carnicería, se ha dado cuenta de que las chuletas que la han vendido “estaban babosas y con un color negruzco”.
Si tus piernas te responden bien, igual te acercas a devolver el “paquete” con una sarta de recriminaciones a punto de salir de tu boca. Pero si tus rodillas no dan para más o las dolencias propias de la edad te dificultan tanto trasiego de aquí para allá, lo más normal es que te quedes con las chuletas indeseadas aunque te jures a ti misma no volver jamás.
¿Y a quién no le han vendido alguna vez el pan del día anterior como si fuese recién hecho?
Lo de estar de vuelta de las cosas deberíamos aplicárnoslo a nosotros mismos cuando actuamos como si nuestros mayores, además de ancianos, fuesen tontos. Nadie como ellos han almacenado tanta sabiduría, fruto de la experiencia de la vida.
Prosigo con mi relato. De camino al cole o mas bien cuando ya casi estábamos ante la mismísima puerta, me he percatado de que Carolina llevaba puesto el chándal.
Una lucecita roja de alarma se ha encendido, de repente, en mi mente de por sí confusa a esas horas de la mañana.
-Carol, ¿la gimnasia no son los viernes? Hoy es jueves hija, te tocaba el uniforme- la dije con una mueca de resignación en la cara.
Y ella me apretó su manita, me miró con picardía y me contestó con absoluto convencimiento: ¡no te preocupes mamá, el profe no se va a dar cuenta!
¡Claro! ¿Cómo se me ha ocurrido pensar que en una clase de veintitantos niños, todos debidamente uniformados, el profe va a recaer en que una de sus niñas viste de chándal, en vez de llevar jersey y falda?
¿Acaso la vehemente lógica de un niño de seis años no es capaz de aplastar el maduro razonamiento de un adulto? ¡Pues claro que sí!
¡Bendita inocencia!
De vuelta a casa me he encomendado a la tediosa tarea de alisarme el pelo pero, con el secador aún en la mano, me he enterado, gracias a la oportuna llamada de otra madre que también es amiga, de que la reunión queda aplazada por motivos personales de la profesora.
Para entonces y en un vano conato de hacer honor a mi género, yo ya había tratado de realizar dos cosas al mismo tiempo y mientras deslizaba la plancha por mis rizos rebeldes, me repintaba una uña de la otra mano.
Menos mal que al final no tenía tutoría porque en vez de una madre respetable, me habrían confundido con un petirrojo. ¡Me he manchado el pelo con la laca roja de uñas!
¡No se puede ser más torpe!




26 DE OCTUBRE DE 2016: CUANDO UN NO SIGNIFICA NO, NO Y NO

Son las once y media de la noche y aún no he escrito nada sobre hoy. Antes de empezar a escribir, he tratado de adecentar la mesita retirando posibles obstáculos junto al teclado y por supuesto, se ha volcado el envoltorio abierto de unas gominolas de Nuri, esparciendo un peculiar rastro de azuquillar junto al ratón.
Hoy es uno de esos días en los que no ocurre nada especial y por puro aburrimiento, uno se plantea alguna hazaña heroica como por ejemplo, en mi caso, empezar un régimen.
En realidad, mas bien sería una prolongación de la dieta que, aun recién empezada, siempre abandoné para agasajarme a mí misma por los contratiempos, tan imprevistos como desagradables, que la vida misma nos impone a todos.
Si nos paramos a pensarlo, es curioso cómo cambian nuestras prioridades conforme cumplimos edad. Y así, cuando somos jóvenes y presumimos de un cuerpo lozano, pasamos largo tiempo frente al espejo, a veces en actitud dubitativa y otras tantas chulesca, preguntándonos qué ropa, de entre todo el montón que almacenamos (con toda probabilidad de forma desordenada en el armario o ni tan siquiera en el mismo), será la más adecuada para la ocasión. Y sin embargo, cuando sobrepasamos una determinada edad, solo guardamos cuatro prácticos trapitos, porque lo único que llegamos a plantearnos es si entramos o no en la prenda en cuestión.
La mayor parte de las veces necesitaríamos, como poco, otro par de tallas más so pena de quedarnos tan prietas y embutidas que parezcamos un chorizo de cantimpalo.
Hace ya muchos años, yo solía decirle a mis amigas que, lamentablemente, mi cuerpo se asemejaba al del típico botijo español: con la cinturita marcada y un poco de caderas.
Pues ahora, ese botijo que fui se convirtió en tinaja, pues tras cuatro embarazos; ¿quién podría presumir de cintura de avispa? Yo, desde luego, no.
Pero a cada cosa hay que darle su importancia justa y, ¿qué importancia puede tener que te veas redonda como una cebolla cuando una de tus hijas tiene un examen de inglés (o de lo que sea) que no lleva bien? Esta mismísima tarde he sentido como la cabeza me daba vueltas, al más puro estilo de la niña del exorcista, cuando Laurita me ha colado un “didn,t” con el verbo to be.
 ¡Qué despiste tan grande y qué descomunal desesperación!
Se avecinan grandes cambios en mi casa, sobre todo porque tengo a una niña con el “pavo” y otra a sus puertas.
¿Podré soportarlo? Pues supongo que sí, pese a recibir contestaciones tan fastuosas como: “déjame en paz”, “no me da la gana” y la reina de las contestaciones, la que condensa todas ellas en un maléfico monosílabo:” ¡No!”, ¡“No”! y ¡“No”!
Nunca un “no” ha sido tan auténtico como el que te lanza a la cara un hijo, sin el menor disimulo ni remordimiento. Es más, parece que con su mirada altiva, acompañan el susodicho monosílabo con un: “ahí va eso” o, dicho de otro modo, “toma del frasco, Carrasco”.
¡Resignación! ¡No nos queda otra!
Uno acaba por preguntarse si cuando fue un adolescente, se atrevía a emplear ese tono con sus padres. Probablemente pensemos que no y, tal vez, solo tal vez, adolezcamos de muy mala memoria.
Bueno, el caso es que me lavé el pelo y, una vez más, sustituí el secador por una clase de inglés con la esperanza de que la gramática tome posiciones en su cabecita y mi niña vuelva a su ser.

Me acuesto. Mañana, más.





25 DE OCTUBRE DE 2016: LA LETRA CHINA

Por fin pasó el funesto día por el aniversario de la pérdida de mi padre ya que en esta fecha tan significativa, parece que cada segundo se estira hasta lo indecible.
Casi todos los que somos adultos hemos perdido ya a un ser querido, aunque cada uno reaccionamos a nuestra manera. Algunos tratan de ocupar su mente en un sutil intento por no recordar y evadir, así, tanto dolor mientras que otros, se sumergen de lleno en el mismo, removiendo sus recuerdos hasta el más ínfimo detalle.
Yo pertenezco al segundo grupo. Tengo clavadas en mi memoria miradas enternecedoras que, sin embargo, se disfrazan también de terrible sufrimiento y esta peculiar simbiosis, este carrusel de imágenes salpicándose amor y padecimiento de forma alternativa e intermitente, es el que me provoca un torrente de lágrimas.
Evidentemente y dado que tengo cuatro niñas, he de fingir que solo estoy triste y si fuera posible, tan solo un poco triste.
Así que dentro de las múltiples y diversas funciones de los padres, está la de jugar a ser un buen actor o actriz, en su caso.
Hoy he vuelto del cole a casa, al mediodía, resoplando con cada paso que daba, pues con una mano sujetaba heroicamente a Carolina (tiene solo seis años) y con la otra, agarrotaba los dedos para no dejar caer una pesada bolsa, al mismo tiempo que mi cabeza giraba, de vez en cuando, para certificar que me seguían mis otras dos hijas: Carla de 10 años y Laura de 11.
La mayor, Nuri, con sus 13 años, va por libre.
¿Nunca os ha pasado que cuando vais más cargados te saluda el vecino o un conocido o un amigo pero justo desde la acera de enfrente? No te queda otro remedio que o hacer un alzamiento de cejas, traducido como un “te he visto, ¿qué tal estás?” o soltar lo que lleves en la mano para ejecutar con la misma una especie de movimiento rotario, a modo de saludo más formal.
En realidad, cuando tratas de hacer esto mismo, lo que de verdad consigues es imitar el “saludo Papal”, porque da la sensación de que balanceas dos de tus ocupados dedos, de lado a lado, impartiendo una bendición.
De hecho, ahora recuerdo que en una ocasión, realizando este saludo a una conocida, arrebaté de un manotazo el caramelo que Carolina pensaba llevarse a la boca en ese mismo instante. Lo evoco con toda claridad y exactitud, no sólo la concreta gominola con forma de fresa, sino también el consiguiente berrinche de la niña por lo acontecido.
Durante la comida, yo procuro que las niñas me cuenten sus cosas, pese a que sus ávidos ojos prefieren centrar su atención en el Disney Chanel.
Por fin, he conseguido que Laura me cuente un jaleillo, de los mil y cincuenta, que ocurren a diario en su clase y de esta forma, nos hemos enterado de que un compañero, ahora mismo no recuerdo su nombre, ha armado “la morena” por lanzar una bola de plastilina al techo.
Y digo yo, ¿no sería la marimorena? Pero Nuri se me ha adelantado para replicar que no habrá armado únicamente “la morena” sino que, tal vez, también “la rubia”.
“O la pelirroja”- ha añadido Carla.
Si en el fondo no me puedo quejar, por muchos problemas que tenga siempre acabo llorando, pero de risa, gracias a mis hijas.
Por circunstancias demasiado tediosas para explicar y pese a ser finales de octubre, Laura aún no tiene un librito de inglés. Ayer conseguí, después de mucho tiempo de puro desquiciamiento, que la niña me anotase en un papel los datos para poder encargarlo.
-Laura, apunta autor, título y editorial- la dije.
Bueno, lo que me entregó fue un minipapelito ni más ni menos que color rosa con una, asimismo, miniletra ilegible por completo en al más puro “estilo chino” (y que me perdonen los chinos) porque no solo parece que la ha escrito un chino por lo incomprensible de los garabatos, sino que, además, podría tratarse de un chino que está aprendiendo a escribir.
¡Juzgad vosotros mismos!
El caso es que me acerqué esta tardecon ellas a la salida del cole y menos mal que en la librería nos hemos apañado, tras una profusa búsqueda en su ordenador, para localizar el dichoso texto traduciendo, cual gloriosa hazaña, la letruja de Laura.
De camino a casa. Carol me ha contado que los niños de su clase (ella no, por supuestísimo) se han portado mal, porque no paraban de hablar y molestar a Javier, que es su tutor. Entonces él les ha dicho que pensaba irse con los de tercero de primaria para no darles clase nunca más. Al parecer, unos cuantos niños han llorado y todo ante la sutil amenaza de fuga.
He preguntado a mi hija si ella ha llorado.
-¡Mamá, claro que sí, tres lágrimas!- me ha contestado ella literalmente.
¿Se puede pedir más para terminar el día con humor? Yo creo que no. Me acuesto ya.




21 DE OCTUBRE DE 2016: LA ABEJA PROGRESIVA

He comenzado mi diario en un día que ha marcado mi vida para siempre pues hoy, 21 de octubre, hace un año que perdí a mi padre.
La verdad es que ha sido un día gris, colmado de nostálgicas sombras y miradas, constantes, hacia mis recuerdos.
He procurado no revivir los peores momentos de la enfermedad, sino quedarme con cada minuto entrañable que disfruté de su amor y de su compañía.
Y sin embargo, ha sido difícil, porque su sufrimiento lo tengo anclado en mi alma.
Desde que se me fue, no hay noche que no piense en él y le cuente mis cosas, mis secretillos y mis inquietudes. Para mí es ya una costumbre relatarle hasta los más mínimos detalles, ya sean alegres o funestos.
Si pudiera elegir un deseo ese sería, sin duda, soñar con él para volver a escuchar su voz y, sobre todo, para confirmar que, esté donde esté, se encuentra bien.
Ya sé que en cualquier caso, se ha librado de una enfermedad dolorosa y agotadora, física y emocionalmente, que no hacía mas que minar su cuerpo y su espíritu. Pero a día de hoy, sigo siendo una egoísta que llora por las esquinas, suplicando aunque solo fuese, tan solo, disfrutar de su presencia onírica.
Pues no, nunca lo he conseguido.
Esta mañana tuve que sumergirme en mi rutina diaria y así, a las 8.45 h de la mañana, salí de casa con tres de mis hijas de camino al cole, retorciendo negros presagios de tortura mental.
Para tratar de no pensar en nada decidí, tras dejar a las niñas, ir a la Vaguada y dejarme llevar. Simplemente, vagabundear para no tener que pensar en nada.
Me equivoqué, fue muchísimo peor que quedarme en casa, porque ya en el autobús, tuve que secarme las lágrimas y no encuentré el menor consuelo en el hecho de ir a un centro comercial aunque bueno, ya que iba y por ser ya día 21, aprovecharía para comprar con tarjeta un paquete de folios blancos para seguir participando en concursos literarios, a los que soy obsesivamente aficionada desde hace un año y pico.
¿Y por qué no puedo tirar de la tarjeta hasta el día 21 de cada mes? Esto es así porque nuestra situación económica, desde hace años es tan nefasta que da risa. Tras un glorioso ERE, mi marido ha pasado de ser cartógrafo a integrar la plantilla de desempleados de España de forma intermitente. Ya no hace mapas. Ahora realiza funciones de portero y cuando alguno decide cogerse vacaciones, es cuando le llaman para sustituirle. Es decir, trabaja en verano, Navidad y Semana Santa por tiempo nunca superior a 15-20 días.
Esta situación nos obligó a ir apretando el cinturón cada vez más y pasamos de las marcas buenas a las regulares y de las regulares a compasivas compras familiares, porque nosotros apenas podemos realzar gastos.
Como iba contando, pensé que sería una buena solución reincorporarme, de nuevo, a mis escritos.
Con lo que no contaba era con mi subconsciente adormecido, ya que cuando me tocó pagar las hojas olvidé, por completo, el pin.
¿Se puede ser tan torpe? Pues sí, se puede y para muestra, yo misma. La gente de la cola esperando con gestos ceñudos a que yo atinase, la cajera con cara de póker como si yo fuese una loca y yo nerviosa perdida, con la mente en blanco.
En realidad, todo el día ha sido un día en blanco, vacío, insulso y agonizantemente lento.
Bueno, no todo fue tan insípido. Cuando recogí a las niñas al mediodía para venir a comer a casa, nos encontramos una temible abeja merodeando por el suelo de nuestro portal. Como siempre, yo presumí por su parte intenciones malignas de picotazo, así que procuré apartarme. Pero mis niñas son como los lamas, que van barriendo los bichos del suelo para que nadie los apachurre.
¡Y así fue! Mi hija Laura se acercó presta al abisporro con la intención de apartarle del camino con su guante, Su argumento era que alguien podía pisarle y hacerle daño, ¡qué tontería!
Yo le dije, “Laura, no lo hagas, que te va a picar! Y en efecto, el bicho presintió un futuro peligro de espachurramiento y en cuanto vio acercarse esos dedos de guante tan inmensos para su cuerpecillo, comenzó a batir las alas y entonces, justo entonces, Laura me replicó:¡Mamá, no puedo la abeja se ha puesto “progresiva”!
¿”Progresiva”? -la contesté yo perpleja por unos segundos, sin comprender.
¡Querrás decir agresiva!- la insinué finalmente, ahogando mi risa.
Sí, eso mismo mamá-me ratificó ella. Y ahí quedó la cosa.
Mañana tenemos la misa especial encargada, para mi padre, en la iglesia de las Siervas de María, justo en la plaza de Chamberí.
¿Por qué allí? Es una larguísima historia pero para resumir, una tía abuela de mi madre es una de sus Beatas. Ellas no adoran y nosotros a ellas también. Es un sentimiento de afecto mutuo.
El caso es que aún no decidí cómo ir vestida ni qué poner a las niñas. En realidad, no poseo nada glamuroso, ni tan siquiera elegante. Ha ce años que nos surtimos (mi marido, las niñas y yo) con ropa, de lo más variopinta, de donaciones ajenas, a vecesa anónimos y otras no tanto. Y lo que es peor, llevo las uñas de bruja a medio pintar y el pelo rizado a lo Michael Jackson, debido a la humedad del mal tiempo que ya se nos avecina.
Para sentirme un poco decente, tendré que pasar cerca de una hora tratando de alisarlo y eso es lo que haré antes de acostarme.
Bueno, el día de hoy acabó y como dije en una ocasión, “ha sío horrible”. A su debido tiempo explicaré el por qué de esta expresión que es literal, tal cual.
Me acuesto y hoy más que nunca, rezaré para que se cumpla mi eterna ilusión.